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ADVERTENCIA
Introducción de Casiodoro de Reina a su versión de la Biblia de 1569, presentada en la revisión de Russell de 1996
Versión Antigua
ó
Traducida de los Textos Originales en Hebreo y Griego
al Español por Casiodoro de Reina (1569)
Apoyada en el Nuevo Testamento
de Francisco de Enzinas (1543)
y en el Nuevo Testamento con Salmos y Proverbios
de Juan Pérez de Pineda (1556)
Y cotejada posteriormente con la revisión
de Cipriano de Valera (1602)
y con subsiguientes revisiones
con el fin de actualizar la ortografía y la gramática
sin perder el sentido de la traducción original.
"La Palabra del Dios nuestro permanece para siempre". (Isaías 40:8).
Copyright (c) 1996, Russell Martin Stendal
http://www.gutenberg.org/etext/6528
Prefacio que presenta Casiodoro de Reina en su versión de la Biblia, 1569:
"AMONESTACIÓN
del Traductor de los Sacros Libros
al Lector y a toda la Iglesia del Señor:
Cristiano lector:
Intolerable cosa es a Satanás, padre de mentira, y autor de tinieblas,
que la verdad de Dios y su luz se manifieste en el mundo; porque sólo
por este camino es desecho su engaño; se desvanecen sus tinieblas, y
se descubre toda la vanidad sobre la cual su reino es fundado, y de
allí está cierta su ruina: y los míseros hombres que tiene ligados en
muerte con prisiones de ignorancia, enseñados con la divina luz, se le
salen de su prisión a vida eterna, y a libertad de hijos de Dios. De
aquí viene, que aunque por la condición de su maldito ingenio
aborrezca y persiga todo medio encaminado a la salud de los hombres,
con singulares diligencias y fuerza siempre ha resistido, y no cesa,
ni cesará de resistir (hasta que Dios lo frene del todo) a los libros
de la Sagrada Escritura; porque sabe muy bien por la larga
experiencia de sus pérdidas, cuán poderoso instrumento es este para
deshacer sus tinieblas en el mundo, y echarlo de su vieja posesión.
Largo discurso sería necesario hacer para recitar ahora las
persecuciones que la Sagrada Escritura ha sufrido en otros tiempos, y
los cargos infames que le han hecho, por los cuales no pocas veces han
alcanzado a casi desarraigarla del mundo; y lo hubieran alcanzado sin
duda, si la luz que en ella está encerrada, no tuviese su origen y
fuente más alto que este sol, y que no consistiese en solo los libros
como todas las otras disciplinas humanas; de donde viene que
pereciendo los libros en que están guardadas, o por la condición de
los tiempos, o por otros casos mundanos, ellas también perezcan; y si
alguna restauración tienen después, es en cuanto se hallan algunas
reliquias, con que ayudado el ingenio humano las resucita. Mas porque
la fuente de esta divina luz es el mismo Dios, y su intento es
propagarla en este abismo de tinieblas, de aquí, que aunque muchas
veces por cierto consejo suyo permita a Satanás la potestad sobre los
sagrados libros, y aunque él los queme todos, y aun también mate a
todos los que ya participaron de aquella celestial sabiduría,
quedándonos la fuente sana y salva, (como no puede tocar en ella) la
misma luz al fin vuelve a ser restaurada con gran victoria, y él queda
frustrado y avergonzado de sus diligencias.
Por ser pues este su pertinaz ingenio contra la divina palabra,
estamos ciertos que no lo dejará de seguir en esta obra presente, y
que en cuanto ella es más necesaria a la Iglesia del Señor, tanto más
él se desvelará en despertar contra ella toda suerte de enemigos,
extraños y domésticos; los de lejos y los de cerca. Los de lejos,
hace días que están despiertos para impedir toda versión vulgar de la
Santa Escritura, a título de que "los sagrados misterios no han de ser
comunicados al vulgo, y que es ocasión de errores en él", sic. De
cerca, no le faltarán otros supuestos, que con títulos algo más
sutiles y aparentes se levanten contra ella, aunque por ventura a los
unos y a los otros no les falte buena intención, y celo, como muchas
veces acontece, que con buenas intenciones pero por falta de mejor
enseñanza pensando servir a Dios, sirven al demonio y a sus intentos.
En cuanto a los primeros, no determinamos por ahora tratar la
cuestión, si es conveniente o no, que la ley de Dios, y todo el cuerpo
de su palabra, ande de manera que pueda ser entendida por todos,
remitiéndonos a otros muchos que antes de nosotros la han tratado
copiosa y acertadamente. Bastará por ahora amonestarles con toda
caridad y humildad, que si son Cristianos, y tienen verdadero celo de
la gloria de Dios y de la salud de los hombres, como quieren que se
entienda de ellos, miren lo primero, que de lo uno y de lo otro la
Palabra de Dios contenida en los sacros libros es el verdadero y
legítimo instrumento, y que por tal razón Dios la ha comunicado al
mundo para ser por él conocido y honrado de todos, y que por esta vía
tengan salud; y esto sin excluir de esta universalidad ni doctos ni
indoctos, ni esta lengua ni la otra. De donde es necesario que
concluyan: Que prohibir la divina Escritura en lengua vulgar no se
puede hacer sin singular injuria de Dios, e igual daño a la salud de
los hombres, lo cual es pura obra de Satanás y de los que él tiene a
su servicio.
Miren lo segundo, que hacen gran vergüenza a la misma Palabra de Dios
en decir que los misterios que contiene no se hayan de comunicar al
vulgo. Porque las supersticiones e idolatrías todas con que el diablo
ha enloquecido al mundo, y extraviándolo del conocimiento y culto de
su verdadero Dios, trajeron siempre este pretexto de falsa reverencia.
Y tenía razón el inventor de ellas en esto, porque si quería que sus
abominaciones permaneciesen algo en el mundo, necesario era que el
vulgo no las entendiese, sino sólo aquellos a quienes eran provechosas
para sustentar sus vientres y gloria. Los misterios de la verdadera
Religión son al contrario, pues quieren ser vistos y entendidos de
todos, porque son luz y verdad; y porque siendo ordenados para la
salud de todos, el primer grado para alcanzarla necesariamente es
conocerlos.
Consideren en tercer lugar, que no le hacen menor afrenta en decir que
sean ocasión de errores, porque la Luz y la Verdad (si confiesan que
la Palabra de Dios lo es) a nadie puede engañar ni entenebrecer. Y si
algunas veces lo hace (como no negamos que lo haga y muchas) de alguna
otra parte debe venir el mal; no de su ingenio y naturaleza, que es
quitar la tiniebla, descubrir el error, y deshacer el engaño. El
Profeta Isaías claramente dice que su profecía no es para dar luz a
todos, sino para cegar los ojos del Pueblo, agravar sus oídos, y
embotar su corazón, para que no vean ni oigan la Palabra de Dios, y se
conviertan y reciban sanidad; quien por evitar estos males mandaría
entonces al Profeta que se callase, y le cerraría la boca, viendo que
hiciera cosa conforme a la voluntad de Dios, y al bien de su Iglesia;
mayormente diciendo él mismo otras muchas veces, que su profecía es
"luz para los ciegos, consuelo para los afligidos, esfuerzo para los
cansados", sic. ¿Y qué hablamos de Isaías? El mismo Señor dice, que
vino al mundo para juicio, para que los que no ven vean, y los que ven
sean ciegos. Le mandaron luego los padres de la fe de entonces que
callase, por evitar el daño de los que de su predicación habían de
salir más ciegos. De él dice Simeón, que viene para levantamiento, y
también para ruina de muchos. Lo mismo había dicho de él el Profeta
Isaías. Por lazo (dice) y por ruina a las dos casas de Israel, y de
ellos "tropezarán muchos", sic. Lo mismo dice el Apóstol de la
predicación del Evangelio, que a unos es olor vital, a otros olor
mortal. ¿Sería luego buena prudencia quitarlo del mundo, quitando a
los buenos el único medio por donde se han de salvar, por quitar la
ocasión de hacerse peores a los que se pierdan, y de suyo están ya
señalados para perdición?
Miren lo cuarto: Que el estudio de la divina Palabra es cosa
encomendada y mandada por Dios a todos, por tantos y tan claros
testimonios del Viejo y Nuevo Testamento, que sin muy largo discurso
no se podrán aquí recitar; de donde queda claro que no puede ser sin
impiedad inexcusable, que el mandamiento de Dios, tantas veces
repetido, y tan necesario a los hombres, sea dejado y anulado por una
tan flaca razón; y que sin ningún pretexto, por santo que parezca,
puede excusar, que si Dios la dio para todos, no sea una tiranía
execrable que a los más la quiten; y falta de juicio es (si pretenden
buena intención) que la habilidad para poder gozar de ella, sea saber
latín solamente, como si sólo los que lo saben, por el mismo caso sean
ya los más prudentes y píos: y los que no lo saben, los más puestos a
los peligros, que dicen, que temen. ¿Si es la verdadera sabiduría,
quién la necesita más que los más ignorantes? Si es Palabra de Dios,
insigne injuria se hace a Dios, a ella, y a los buenos, que por el
abuso de los malos, se le quite su libertad de correr por las manos de
los que podrían usar bien de ella, y sacar los frutos para los cuales
Dios la dio. Perverso juicio es que por evitar el inconveniente de
los errores, que dicen, en algunos, priven a todos del medio con que
podrían salir de la ignorancia, errores, herejías, idolatría, pecado,
y toda corrupción, e iniquidad en que nacimos, y fuimos criados, y de
que nuestra corrupta naturaleza se abreva (como dice Job) como peces
del agua.
Si es Luz, a la luz resiste todo hombre que le impide salir en público
para lumbre y alegría de todos; y tinieblas se debe llamar y mentira,
porque a la luz y a la verdad no resiste ni pone impedimento, sino la
tiniebla y mentira. Si es candela, a cuya lumbre el hombre ciego y
habitante en esta caverna tenebrosa encamine seguramente sus pasos,
visto es pretender de tener los hombres en su ceguera, el que no
quiere que les sea comunicada con aquella abundancia con que ella se
da. Si es escudo a todos los que en ella ponen su esperanza, espada
con que el Apóstol arma al Cristiano para defenderse y ofender a sus
enemigos en toda suerte de tentación, desarmado y por consiguiente
vencido y muerto de mano del diablo lo quiere, quien se la quita que
no la tenga tan copiosa y tan a la mano, cuanto son muchas y continuas
sus tentaciones. Si es útil para enseñar en la ignorancia, para
redargüir en el error, para reprender en el pecado, para enseñar a la
justicia, para perfeccionar al Cristiano, y hacerlo hábil y pronto a
toda buena obra, fuera de todo buen enseñamiento, y de toda buena y
Cristiana disciplina lo quiere, el error, el pecado, y la confusión en
lo sacro y en lo profano ama y desea, el que en todo o en parte
sepulta las divinas Escrituras; y sepultándolas en parte da a entender
bien claro lo que haría del todo si pudiese, o esperase salir con
ello.
Estas razones son claras, y se dejan entender de todos, no obstante
todos los hermosos pretextos que se podrán traer en contrario, que no
son muchos; y el más dorado es el que hemos dicho, tan frío que ni aun
con humana razón es digno de que se contienda mucho contra él, porque
está claro que ningún hombre de sano juicio habrá, que de veras diga:
Que un gran bien, y mayormente tan necesario a todos, dado de Dios
para común uso de todos, se deba prohibir en todo ni en parte por el
abuso que los malos ingenios pueden tener de él. Por monstruo de
desvarío, enemigo del linaje humano, sería tenido justamente el rey o
príncipe, que porque hay muchos que usan mal del pan, del agua, del
vino, del fuego, de la luz, y de las otras cosas necesarias a la vida
humana, o las prohibe del todo, o hiciese tal estanco de ellas que no
se diesen si no muy caras, y con gran escasez. La Palabra de Dios
tiene todos estos títulos, porque también tiene los mismos efectos
para el alma, miren pues los príncipes del mundo, en qué opinión
quieren ser tenidos haciéndola pasar por tan inicua condición.
Finalmente como quiera que sea, es necesario que se resuelvan: Que ni
las disputas inoportunas, ni las defensas violentas, ni los pretextos
cautelosos, ni el fuego, ni las armas, ni toda la potencia del mundo
junta podrá ya resistir, que la Palabra de Dios no corra por todo tan
libremente como el sol por el cielo, como ya lo vamos todos probando
por experiencia; y sería prudencia no poca aprender de lo
experimentado para lo porvenir, y tomar otros consejos. Ni nos
dejemos engañar más con los pretextos dichos, porque no se encubre
mucho lo que el diablo pretende con ellos, aunque los que los han
puesto tengan cuanta buena intención quisieron, por lo menos esto es
necesario que esté fuera de disputa, Que habiendo dado Dios su Palabra
a los hombres, y queriendo que sea entendida y puesta en efecto por
todos, ningún buen fin puede pretender el que la prohibiere en
cualquier lengua que sea".
Casiodoro de Reina -- 1569.
Tomado de la revisión de 1996 a la versión de Reina de 1569, hecha por: Copyright (c) 1996, Russell Martin Stendal
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