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***** RENÉ DESCARTES *****
(1596 – 1650)
DISCURSO DEL MÉTODO, PARTE IV:
PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE DIOS Y DEL ALMA, FUNDAMENTOS DE LA METAFÍSICA
No sé si debo hablar de mis primeras meditaciones; son tan metafísicas y tan poco vulgares que es seguro no serán del gusto de todos. Y, sin embargo, tal vez esté obligado a ocuparme de ellas para que podáis apreciar la consistencia de mis razonamiento.
Observé que, en lo relativo a las costumbres, se siguen frecuentemente opiniones inciertas con la misma seguridad que si fueran evidentísimas; y estos fue precisamente lo que me propuse evitar en mis investigaciones de la verdad. Quería rechazar lo que me ofreciera la más pequeña duda para ver después si había encontrado algo indubitable.
Como a veces los sentidos nos engañan, supuse que ninguna cosa existía del mismo modo que nuestros sentidos nos lo hacen imaginar. Como los hombres se suelen equivocar hasta en las sencillas cuestiones de geometría, consideré que yo también estaba sujeto a error y rechacé por falsas todas las verdades cuyas demostraciones me enseñaron mis profesores. Y finalmente, como los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos, podemos también tenerlos cuando soñamos resolví creer que las verdades aprendidas en los libros y por la experiencia no eran más seguras que las ilusiones de mis sueños.
Pero en seguida noté que si yo pensaba que todo era falso, yo, que pensaba, debía ser alguna cosa, debía tener alguna realidad; y viendo que esta verdad: pienso, luego existo era tan firme y tan segura que nadie podría quebrantar su evidencia, la recibí sin escrúpulo alguno como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Examiné atentamente lo que era yo, y viendo que podía imaginar que carecía de cuerpo y que no existía nada en que mi ser estuviera, pero que no podía concebir mi no existencia, porque mi mismo pensamiento de dudar de todo constituía la prueba más evidente que yo ya existía - comprendí que yo era una substancia, cuya naturaleza o esencia era a su vez el pensamiento, substancia que no necesita ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa material; de suerte que este yo - o lo que es lo mismo, el alma por el cual soy lo que soy, es enteramente distinto del cuerpo y mas fácil de conocer que el.
Después de esto reflexioné en las condiciones que deben requerirse en una proporción para afirmarla como verdaderas y ciertas; acababa de encontrar una así y quería saber en qué consistía su certeza, y viendo que en él yo pienso, luego existo, nada hay que me dé la seguridad de que yo digo la verdad, pero en cambio comprendo con toda claridad que para pensar es preciso existir juzgué que podía adoptar como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; la única dificultad estriba en determinar bien qué cosas son las que concebimos clara y distintamente.
Meditando sobre las dudas que asaltaban mi espíritu, deduje la conclusión de que mi ser no era perfecto, puesto que el conocer suponer mayor perfección que el dudar. Quería saber dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto que yo y conocí con toda evidencia que ésta era la obra de una naturaleza o esencia más perfecta que la mía. En lo relativo al conocimiento de ciertas cosas, como el cielo, la tierra, la luz, el color y mil más, ninguna dificultad me salía al paso, porque no observando en ese conocimiento nada que le hiciera superior a mi, podía creer, si era verdadero, dependía de mi naturaleza, en cuanto este encerraba alguna perfección; y si no era verdadero, procedía de la nada, que ninguna base tenía, que estaba en mi espíritu por lo que en mi ser había de imperfecto. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío, el que esta idea procediese de la nada, de la imperfección de mi naturaleza, era imposible. Lo más imperfecto y no hay cosa que proceda de la nada.
La única solución posible era que aquella idea hubiera sido puesta en mi pensamiento por una esencia más perfecta que yo y que encerrara en sí todas las perfecciones de que yo tenia conocimientos.
Si sabía de alguna perfección que yo poseía, ya no era yo el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de filosofía aprendidos en las escuelas) sino que era preciso suponer otro más perfecto del cual yo dependía y del cual procedía lo que yo hallaba en mi; porque si hubiera existido solo, independiente de cualquier otro ser, teniendo en mi todo lo que participaba del ser perfecto, hubiera tenido también, por la misma razón todo lo demás que yo sabía me faltaba y hubiera sido infinito, eterno, inmutable, omnipotente - todas las perfecciones que observaba en Dios.
Siguiendo el razonamiento que acabo de hacer, para conocer, en lo posible, la naturaleza de Dios no tenía mas que considerar, en lo relativo alas cosas, si era o no una perfección. Estaba seguro de que las que argüían una imperfección no se daban en Él; la duda, la inconstancia, la tristeza y todas las otras cosas, propias del ser imperfecto, no se encontraban en Él.
Yo tenía ideas de muchas cosas sensibles y corporales; y aun admitiendo que soñara o que era falso lo que veía o imaginaba, no cabía negar que las ideas de esas cosas estaban en mi pensamiento.
Había comprendido muy claramente que la esencia o naturaleza inteligente es distinta de la corporal, que toda composición es un defecto. Juzgue que en Dios no podía ser una perfección el estar compuesto por dos naturalezas: la inteligente y la corporal, y, por lo tanto, que no era un ser compuesto porque nada hay en el de imperfecto. Si en el mundo existían cuerpos o naturalezas espirituales que no fuesen perfectas, dependerían del poder de Dios, de tal modo que no subsistirían sin el un solo momento.
Quise, por un instante, indagar otras verdades; y habiéndome propuesto para ello el objeto de los geómetras que yo concebía como un cuerpo continuo o un espacio infinitamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diferentes partes que podían afectar diversas figuras y tamaños y que podían ser cambiadas de lugar y posición - los geómetras se ponen todo esto en su objeto recorrí algunas de sus demostraciones más sencillas y no olvide que esas certezas que todo el mundo les atribuye no se funda más que en el echo de concebirlas con absoluta evidencia y ésta es la regla de que antes de hablado; nada había en ellas que me asegurase la existencia de su objeto: por ejemplo, yo veía claramente que suponiendo un triángulo, era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectas, pero no por eso veía la seguridad de que en el mundo existía un triángulo.
Volvamos al examen de la idea que yo tenía de un ser perfecto. Del mismo modo que en esta idea está comprendida la existencia del ser perfecto lo estaba en la concepción del triángulo la equivalente de sus tres angulosa dos rectas o en la de la esfera la igualdad de las distancias de todas sus partes al centro. Tan cierta es la existencia del Ser perfecto como una demostración geométrica y aun es más evidente la primera que la segunda.
La causa de que muchos crean que hay dificultades para crear a Dios, está en que no saben elevar sus pensamientos más allá de las cosas sensibles, y como están acostumbrados a no conocer más que lo que pueden imaginarse, les parece que lo que no es imaginable no es inteligible. Enseñan los filósofos una máxima que es de perniciosas consecuencias. Nada hay en el entendimiento que no haya impresionado antes a los sentidos. Las ideas de Dios y del alma nunca han pasado por los sentidos; y los que quieren utilizar la imaginación para comprenderlas obtendrán los mismos resultados que si se sirven de los ojos para oir o para oler por otra parte ni el sentido de la vista, ni el del oído, ni el del olfato nos asegura por si solos de sus respectivos objetos; ni la imaginación ni los sentidos nos asegurarían de nada si no estuvieran el entendimiento.
Si hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y del alma quiero que sepan que las cosas que ellos tienen por más seguras y evidentes, que hay astros y una tierra y tales o cuales objetos, son menos ciertas que la existencia de Dios y del alma, cuando se tiene una seguridad moral completa, parece una extravagancia y una sinrazón la duda con aquella metafísica certidumbre, más evidente aún, que lo que se funda en la base movediza de simples impresiones de la sensibilidad. ¿Por qué los pensamientos que nos asaltan durante el sueño son más falsos que los otros a pesar de ser tan vivos y tan lógicos como ellos?. Los más grandes sabios del mundo, por mucho que estudien, no creo que den una razón suficiente para disipar esta duda, a no ser que presupongan la existencia de Dios.
En primer término, la regla general que afirma verdad de las cosas que concebimos muy claras y distantes, se funda en que Dios existe, en que es un ser perfecto y que todo lo que hay en nosotros procede de Él; de donde se sigue que nuestras ideas y nociones, puesta que se refiere a cosas reales y procede de Dios en lo que tiene de clara y distintas. Si con frecuencias nuestras ideas y nociones son falsas, la causa de su falsedad hay que buscarla en la confusión y oscuridad que adolecen, porque no somos absolutamente perfectos.
Si no supiéramos que lo que existe en nosotros de real y verdadero, se deriva de un ser perfecto e infinito, por caras y distintas que fuesen nuestras ideas, ninguna razón tendríamos que nos asegurara de que esas ideas poseen la perfección de ser verdaderas.
Después de asegurarnos de la verdad de la regla que he establecido, seguridad que ponemos al conocimiento de Dios y del alma, importa afirmar, que las ilusiones de los sueños no deben hacernos dudar de la verdad de las ideas que tenemos despiertos. Puede ocurrir que soñando nos venga ala mente una idea muy clara, por ejemplo: un geómetra que encuentra una nueva demostración. En este caso, el sueño del geómetra no impedirá que su idea sea verdadera. El error más ordinario en los sueños consiste en la representación de diversos objetos, del mismo modo que hacen los sentidos exteriores; nada importa que esto nos dé ocasión de desconfiar de las ideas habidas durante el sueño, porque también podemos equivocarnos estando despiertos; los enfermos de ictericia lo ven todo amarillo, y los astros y otros cuerpos muy lejanos nos parecen mucho menores de lo que son.
Lo mismo despiertos que dormidos nunca debemos persuadirnos más que por a evidencia de nuestra razón. Observad que digo evidencia de nuestra razón y no de nuestra imaginación ni de nuestros sentidos. Aunque vemos el sol muy claramente no por eso afirmamos que sea del tamaño que lo vemos; podemos imaginar distintamente una cabeza de león en un cuerpo de cabra, y no por eso hemos de pensar que haya quimeras en el mundo.
La razón, ya que no nos dicte la verdad o la falsedad de los que así percibimos, nos dice al menos, que todas nuestras ideas o nociones deban tener algún fundamento de verdad; porque no es posible un Dios que es la perfección y la suma verdad, las hubiera puesto en nosotros siendo falsas.
Nuestros razonamientos no son tan evidentes ni tan seguros durante el sueño o con o cuando estamos despiertos, a pesar de que frecuentemente la imaginación se exalta en el sueño mucho más que en la normalidad de la vida perfectamente consciente. Esto nos dice la razón; y también nos dicta que nuestros pensamientos no pueden ser siempre verdaderos porque no somos perfectos, y que lo que tienen de verdad, debe buscarse antes que en el sueño, en la realidad de la vida.
CUARTA PARTE DEL Discours de la méthode pour bien conduire sa Raison et chercher la Vérité dans les Sciences: "DISCURSO DEL MÉTODO" (1637).
Rosaura Calderón Núñez
Lic. en Enfermería.
Reseña Biográfica:
René Descartes
(1596-1650)
After receiving a sound education in mathematics, classics, and law at La Flèche and Poitiers, René Descartes embarked on a brief career in military service with Prince Maurice in Holland and Bavaria. Unsatisfied with scholastic philosophy and troubled by skepticism of the sort expounded by Montaigne, Descartes soon conceived a comprehensive plan for applying mathematical methods in order to achieve perfect certainty in human knowledge. During a twenty-year period of secluded life in Holland, he produced the body of work that secured his philosophical reputation. Descartes moved to Sweden in 1649, but did not survive his first winter there.
Although he wrote extensively, Descartes chose not to publish his earliest efforts at expressing the universal method and deriving its consequences. The Regulae ad directionem ingenii (Rules for the Direction of the Mind) (1628) contain his first full statement of the principles underlying the method and his confidence in the success of their application. In Le Monde (The World) (1634), Descartes clearly espoused a Copernican astronomy, but he withheld the book from the public upon learning of Galileo's condemnation.
Descartes finally presented (in French) his rationalist vision of the progress of human knowledge in the Discours de la méthode pour bien conduire sa Raison et chercher la Vérité dans les Sciences (Discourse on Method) (1637). In this expository essay, Descartes assessed the deficient outcomes of a traditional education, proposed a set of rules with which to make a new start, and described the original experience upon which his hope for unifying human knowledge was based. The final sections of the Discourse and the essays (on dipotric, meteors, and geometry) appended to it illustrate the consequences of employing this method.
A few years later, Descartes offered (in Latin) a more formal exposition of his central tenets in Meditationes de Prima Philosophia (Meditations on First Philosophy) (1641). After an expanded statement of the method of doubt, he argued that even the most dire skepticism is overcome by the certainty of one's own existence as a thinking thing. From this beginning, he believed it possible to use our clear and distinct ideas to demonstrate the existence of god, to establish the reliability of our reason generally despite the possibility of error, to deduce the essence of body, and to prove that material things do exist. On these grounds, Descartes defended a strict dualism, according to which the mind and body are wholly distinct, even though it seems evident that they interact. The Meditations were published together with an extensive set of objections (by Hobbes, Gassendi, Arnauld, and others) and Descartes's replies. Descartes later attempted a more systematic exposition of his views in the Principia Philosophiae (Principles of Philosophy) (1644) and an explanation of human emotion in Les Passions de L'Ame (The Passions of the Soul).
Standard English print editions:
The Philosophical Works of Descartes, ed. by E. S. Haldane and G. T. R. Ross. (Cambridge: The University Press, 1968)
Descartes: Philosophical Letters, ed. by Anthony Kenny. (Oxford: Clarendon Press, 1970)
Author of Biographic sketch in English: gkemerling@delphi.com
Detailed lessons on Descartes from * Alistair Lyall and Seonaid Woodburn.
Lex Newman's article in the Stanford Encyclopedia of Philosophy
A thorough article in The Internet Encyclopedia of Philosophy.
A section on Descartes from Alfred Weber's history of philosophy.
Adriane Baillet's La Vie de M. Descartes.
Stephen H. Daniel's discussion of Cartesian epistemology.
Clodius Piat's discussion in The Catholic Encyclopedia.
A paper on Cartesian dualism by Zuraya Monroy-Nasr.
Robert Tremblay's discussion at Encéphi (in French).
A discussion of eternal truths fromFloy E. Andrews.
A paper by Juan Carlos Moreno Romo on the Cartesian Circle.
Eric Weisstein's discussion at Treasure Trove of Scientific Biography.
Uwe Wiedemann's summary discussion.
Discussions of mathematical contributions at Mathematical MacTutor and David Wilkins.
A brief description at Lucidcafé.
Björn Christensson's brief guide to Descartes.
Descartes' "On Motion", from his Principles Of Philosophy. Translated by M.S. Mahoney.
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