INTERESANTE CARTA
DEL ILMO. SR. DR. D.
EDUARDO SANCHEZ CAMACHO
OBISPO DE TAMAULIPAS
[Referencia: Eduardo Sánchez Camacho. Interesante del Ilmo. Sr. Dr. D.
Carta del Obispo de Tamaulipas. México: El
Universal, 1896: 10 p.
Nexos electrónicos:[1]
https://web.archive.org/web/20161027172835/http:/impresosmexicanos.conaculta.gob.mx/libros/CJM/124707_1.pdf (carta al final, por el valiente, entonces obispo de
Tamaulipas Eduardo Sánchez Camacho incompleta pero no adulterada por editores),
https://web.archive.org/web/20161212041359/http://rednacionaldebibliotecas.gob.mx/coleccion_sep/libro_pdf/50000008514.pdf , http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080076218/1080076218.PDF y en https://ia802300.us.archive.org/3/items/cartaacercadelor00garc/cartaacercadelor00garc.pdf (carta al final, por el valiente, entonces obispo de
Tamaulipas Eduardo Sánchez Camacho completa pero adulterada por sus editores,
con el último nexo perteneciente a la
Universidad de Connecticut), etc.]
LA CUESTIÓN GUADALUPANA
Réplica á La Voz
de México. –Los argumentos de D. Trinidad Sánchez Santos. –Los
"gazapatones" de D. Melesio de J. Vázquez.
Comparación blasfema del Sr. Cura del Sagrario. –La carta del Sr. Carrillo y
Ancona, Obispo de Yucatán, corrobora las razones del Sr, Icazbalceta.
–Confusión de las verdades católicas con la creencia Guadalupana –Juan Diego y
Juan Bernardino nunca existieron. –Las influencias en el Papado. La
Inquisición Romana. –La llamada retractación del S. Sánchez. –Iniquidad sin
nombre. –Exacciones pecunarias. –El Episcopado
Mexicano.
Señores Editores de El Universal.
México. El
Olvido, Ciudad Victoria, Agosto 23 de 1896.
Muy
respetables señores míos:
Había yo leído en La
Voz de México, el 15 del corriente, un ensayo de refutación de la carta últimamente
publicada del Sr. D. Joaquín García Icazbalceta
acerca de la Aparición Guadalupana en el Tepeyac, en
la que el autor, Sr. Lic. D. Trinidad Sánchez Santos, no presenta más argumentos que algunos errores históricos en que incurrió el Sr. Icazbalceta, constituyéndose el Sr. Sánchez Santos en juez
del señor autor de dicha carta.
Respetamos
al Sr. Sánchez Santos por su saber; pero no lo consideramos capaz de juzgar al
Sr. Icazbalceta, y menos de hacerlo con
imparcialidad, no convenimos, por eso con el juicio del autor de dicho ensayo,
aunque no conocemos todas las obras del ilustre historiador que se quiere
refutar.
Pero dado y no concedido que este ilustre escritor
hubiera errado en algún punto, ¿y qué hombre está exento del error?, esa no es
razón contra las que aduce en su indicada carta, que son las que deben
refutarse directamente, para que triunfe la causa que quiere defender el Sr.
Sánchez Santos.
Mejor lo hizo La
Voz de México de su propio caudal, en su número 12 de este mismo mes,
porque ésta sólo pide que se le deje creer lo que le plazca, y ese derecho
nadie se lo puede negar ni se lo niega, siempre que ella deje que los demás
crean también lo que mejor les cuadre, aunque esto sea contrario á las ideas de
La Voz.
Ahora leo en El
Tiempo de 19 del corriente, una correspondencia ó remitido de ese Sr. Don Melesio de J. Vázquez que incurre en el gazapatón, usando de su término, de
comparar la aparición del Tepeyac con el Dogma de la
Concepción Inmaculada de María Madre de Dios, la verdad más dulce para el
corazón cristiano, la más consoladora para el afligido y á la vez la poesía más
sublime de todo el Credo Católico. Tal comparación me parece blasfema, con el
respeto debido al Sr. Vázquez y sin creer que intentó incurrir en semejante
mal, si es exacto mi juicio.
En el mismo número 20 del corriente del periódico
últimamente citado, se publica una carta del Sr. Obispo de Yucatán Sr. Don Cresencio Carrillo y Ancona, en el estilo moderado que usa
siempre ese señor, cuya carta se dirige á desvirtuar las razones aducidas por
el Sr. lcazbalceta contra la llamada tradición
guadalupana; pero el señor Obispo destruye sus mismos asertos, deja en pie y
corrobora las razones del Sr. Icazbalceta é incurre
también en el error del Sr. Vázquez, confundiendo el dogma ó verdad de fe católica y divina con la creencia particular é infundada de
la Aparición del Tepeyac.
Asienta el Sr. Carrillo su creencia en la Aparición
del Tepeyac, y creo que esa creencia ó fe, es sincera,
porque la sangre pura ó casi pura que corre por las venas de ese señor lleva
consigo la fe en cuanto se cree religioso ó maravilloso; y luego dice que el
Sr. García Icazbalceta escribió la carta que ustedes
publicaron, antes de saber la represión que á mí me vino de la Inquisición
Romana, y que luego que supo esto, le escribió á él, al Sr. Carrillo, la carta
que copia él mismo y que dice: “Mucho menos me atrevería en punto tan grave y
tan ajeno de mis limitados estudios, como es definir (seguramente el Sr.
Carrillo definió ese sentido, y muy bien pudo hacerlo en punto de libre
discusión y no de fe) el sentido de la reprensión al Sr. Sánchez.
Más S. S. 1. afirma, y esto me basta para creerlo, que
es asunto concluido, porque Roma loquuta causa, finita: y, siendo así, no me sería lícito explayarme en consideraciones
puramente históricas . . . y si está
declarado por quien puede que el hecho es cierto . . . " Todo lo que
dice allí el Sr. Icazbalceta, es condicional y prueba
sólo la cortesía del autor, diciendo claramente que el punto histórico lo deja
en su lugar; y ésta es la base y fundamento (que no existe), de dicha creencia;
luego queda en pie todo lo que dice el Sr. Icazbalceta,
y el Sr. Carrillo destruye él mismo sus argumentos, que no lo son.
Aquí el
editor de esta edición electrónica muestra, con un solo ejemplo, como
adulteraron en varios lugares la carta original del entonces Obispo de
Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho: |
|
Formato
Inalterado (documento 124707_1): “…luego
queda en pie todo lo que dice el Sr. Icazbalceta, y el Sr.
Carrillo destruye él mismo sus argumentos, que no lo son” |
Formato
Alterado por los editores del periódico (documentos 50000008514 y
1080076218): “…luego
queda en pie todo lo que dice el Sr. Carrillo,
destruye él mismo sus argumentos que no lo son” |
Yo respeto al Sr. Carrillo por su
prudencia (no conozco sus virtudes morales y puede que sea como uno de tantos
de nosotros,) como geógrafo, como escritor y algo como historiador; pero como
lógico, como teólogo y como canonista, no creo que sea una notabilidad. Lo que
debe hacer el Sr. Carrillo para consolar al Sr. Alarcón, es destruir por
completo los argumentos históricos contra la aparición y, echar por tierra
pulverizado el escrito ó carta del Sr. Icazbalceta, y
mientras eso no haga, que no consuele el Sr. Alarcón.
También
incurre el Sr. Carrillo, como antes dije, en la confusión de las verdades
católicas con la creencia guadalupana. El dicho de un gran Padre de la iglesia Roma loquuta
est, causa finita est,
se refiere á una verdad de fe divina expresamente definida por el
Papa ó por Roma; y la creencia guadalupana no es de fe católica ni obliga á
nadie.
Dicen ó se fijan los Sres. Carrillo y Vázquez en la
concesión del último oficio guadalupano, que trae la conseja de Juan Diego y
Juan Bernardino, que nunca existieron, y cita el primero las palabras del señor
Icazbalceta en que éste habla de las correcciones de
las lecciones del Breviario, hechas muchas veces por el Papa y con lo cual
queda destruido el argumento de aquellos y corroborado
el de Icazbalceta.
El Papa concederá lo que guste sin comprometer su voz
infalible, y fácilmente lo hace cuando hay influencias y otra clase de
elementos que explican bien lo que se quiere; pero el hecho de que después se
modifican y aún se quitan esas concesiones, prueba que ellas nada
valen en favor ni en contra de la verdad: son ad interim mientras se ve claro, y para
quitarse de encima ¡tantos interesados!
También se han asustado mucho los señores Vázquez y compañía con
¡el escándalo!
Los hechos de Jesucristo escandalizaron á muchos; pero
eran en favor de la verdad y no hizo caso de tal escándalo. ¿Quién se
escandaliza? ¿Los cinco, seis o siete millones de indios y no indios que no
saben leer? No lo creemos.
Los primeros, los indios, siempre han de buscar a su Tonantzin, madre de Huitzilopochtli,
no á la madre de Jesucristo; los demás que no saben leer, tampoco saben la
doctrina cristiana y seguirán yendo donde va la gente. ¿Se escandalizan los
que, siendo ilustrados, tienen miedo al Clero, ó viven del Clero? Su escándalo
no debe atenderse.
¿Se escandalizan los que no creen en la aparición?
Estos se escandalizarán de ver lo que á mí me ha pasado y lo peor que me
espera.
Juzgo que hay un corto número que cree sinceramente en
la aparición del Tepeyac, y debe respetarse su candor
y sencillez; pero no detenerse por ese respeto en enseñar a esos mismos la
verdad.
Con suma repugnancia, por referirse á mí persona, digo
que en mi infancia al lado de mis tutores naturales, en las
escuelas que frecuenté; á la vista de mis maestros; en los Colegios, al cuidado
de los Superiores y Profesores; en las cuatro Diócesis en donde serví de simple
sacerdote y en los dieciséis años que aquí tengo de residencia, no había recibido
sino elogios de todo el mundo como modelo en el cumplimiento de mi deber y como
hombre honrado y virtuoso. Sé muy bien que soy un hombre vulgar y que no tengo
virtud ninguna; pero lo dicho es lo que me pasó antes de que tocara yo el punto
de la Aparición del Tepeyac. Luego que esto hice, los
aparicionistas me acumularon hechos criminosos y
denigrantes que después publicaré, porque los denunciaron á la Inquisición
Romana que los aceptó luego y me los comunicó, haciéndome cargo de ellos, y
amonestándome iterum atque iterum.
Ahora me va á pasar peor, pero no teniendo yo el
carácter de Obispo efectivo, veré si me defiendo ante los Tribunales ó si
desprecio á los reptiles que así se arrastran y andan siempre buscando
inmundicias para cebarse en ellas.
Estoy cierto de que si esas personas que defienden de
buena ó mala fe la Aparición del Tepeyac pudieran
crucificarme, quemarme ó matarme de cualquier modo, lo harían llenos de caridad, y no sé si llegue
este caso, pero un hombre poco vale en comparación de los intereses sociales.
También se me va á llamar falso, apóstata, usurpador
de una autoridad sagrada é inconstante en mis ideas y resoluciones, porque me
retracté de las ideas que expreso y ahora vuelvo a sostenerlas, y voy á
explicarme.
Yo tengo esta Diócesis porque el Papa me puso en ella, y al
exigirme la Inquisición Romana, cuyo Prefecto nato es el Papa, que me
retractara ó quitara el escándalo que había dado, como me lo dijo la
Inquisición tenía que, ó renunciar el Obispado, que también me lo aconsejó la
Inquisición, y entonces habría aparecido como un exaltado rebelde que prefería
mi juicio a todo otro, ó formar un cisma con estos católicos, y eso no era
decente y habría sido una verdadera usurpación de ajena autoridad; ó
retractarme de mi modo de obrar y hablar contra el milagro ó apariciones
del Tepeyac, como lo hice, mientras se veían mejor
las cosas, y quedando libre para pensar y opinar como me pare cien en este
mismo punto de la Aparición.
He visto que todo lo que anuncié al principio y cuando
se movió el malhadado proyecto de la coronación de Guadalupe, ha sucedido, al
pie de la letra, como puede verse en mis escritos y en los hechos de
actualidad, y esto me ha hecho continuar con la tarea de quitar engaños que
perjudican á la verdad y á la sociedad. Si he procedido así, ha sido después de
formular mi renuncia de esta Diócesis, que mandé a Roma desde el 31 del último
de Mayo, y lo cual me parece que es obrar con lealtad.
Además,
cuando mandé a Roma mi llamada retractación, que no comprometió mi modo de
pensar, que siempre ha sido y es el mismo, dije al Papa que me quitara el
Obispado y lo mismo repetí el año de noventa, en que mandé la razón del estado
de esta iglesia, que todavía no se me contesta, ni se hizo lo que yo deseaba,
que era quedar separado de esta administración, para tener libertad: entonces
tenía yo todavía algunos fondos propios de qué vivir pobremente, fondos que hoy
no existen porque los he gastado en las atenciones de esta Iglesia.
Apenas llega
a México D. Nicolás Averardi y recibo noticia
reservada, verdadera y cierta, de que traía instrucciones para quitarme el
Obispado. Acababa yo de terminar y dedicar esta Catedral en la que no sólo he
gastado todo lo mío, sino que debo aún una pequeña suma de lo que invertí en su
construcción y pobre ornamentación. Todo aquí es mío y lo acabo de terminar.
Si hubiera yo querido, me siento perpetuamente en la
silla que yo mismo compré, sin hacer caso de Averardi,
ni de nadie y con agrado de muchos de mis diocesanos. Juzgo una usurpación de lo
ajeno, juzgo una iniquidad sin nombre que se me quite lo que es mío, (hablo del
uso de la Iglesia, que ya sé que la propiedad es del Gobierno Federal, que
concede su dominio útil a los católicos); y no obstante ese juicio mío que me
parece recto, formé mi última resolución de entregar esta Diócesis al que me la
encomendara, y separarme de Roma y los suyos, á vivir solo y olvidado en un
rincón o barranco de la sierra para dedicarse á cultivar la tierra, al comercio
y á la cría de ganado, á fin de atender a mis necesidades personales. ¿Puede en
verdadera justicia condenarse esta resolución, ni llamarse falso ó cosa semejante á quien la toma y que es realmente la víctima de un proceder
inicuo? Dígase lo que se quiera, pero creo que los hombres honrados me darán la
razón y se pondrán de mi parte.
Cuando Averardi quiso
iniciar sus vejaciones contra mí, puse en práctica mi resolución.
La admisión de mi renuncia era cosa resuelta antes de
que yo la hiciera. Va á hacer tres meses que la mandé y aún no se resuelve
nada. Esta expectativa me perjudica en mis intereses ó proyectos para
mantenerme, y me tiene sin ser ni dejar de ser Obispo de Tamaulipas. ¿Cómo
salir de este estado? Volviendo á expresar las ideas que son causa de mi
despojo, que jamás he abandonado y que harán
que pronto se me deje libre aunque excomulgado, que al fin vivo solo, y
mi excomunión á nadie perjudicará.
No he recibido de Roma sino reprensiones sin causa,
amonestaciones sin motivo, desaires y exacciones pecuniarias. Le he
pedido muchas cosas para bien de esta Iglesia y ni me ha contestado. Le mandé
mi primer Sínodo (sus actas) y no quiso recibirlo, solo y únicamente porque en
él se concilian, y efectivamente se han conciliado aquí, durante mi Gobierno,
las instituciones y las leyes de mi país con los cánones de la Iglesia.
Nada he recibido de los Obispos mexicanos más que
desprecios y calumnias. A Alarcón, Arciga
y Barón les escribí pidiéndoles una limosna para terminar mi Catedral, y ni me
contestaron, tal vez porque no recibieron mi carta, pero lo dudo. Gillow en su último Concilio provincial, cuyas actas dicen
que las formuló un extranjero, negó la existencia de mis Sínodos diocesanos,
que son los únicos que resuelven algunas de nuestras dificultades
administrativas: este señor es de muy limitada inteligencia, si no es para
finanzas, y debemos excusarlo por eso.
¿Qué hace en tales circunstancias un hombre honrado, activo y trabajador
que no tiene dinero ni influencia, que no sabe mentir ni adular y que no transije con la hipocresía y la mentira?
. Alejarse de ese mausoleo marmóreo, cubierto de
bellas estatuas y adornos de pórfido, esmeraldas, perlas y
brillantes y coronado por sarcasmo y sacrílegamente con la Sacrosanta Imagen
del Crucificado.
No quiero, señores editores, que ustedes se
comprometan por mí, publicando esta carta, pero si la creen útil á sus
intereses, pueden hacer de ella y de mi mal cortada pluma el uso que gusten,
sin quitar una sílaba á mis escritos.
Los aprecia
su afmo. amigo y S. S.
† EDUARDO
Obispo de
Tamaulipas.[2]
[1] De todas las versionos,
aquí se encuentra en base a los textos originales la mejor encontrada: http://fdocc.ucoz.com/6/eduardotote_sanchez_camacho_carta_orig.pdf Ésta se ha armado con las siete
hojas (de la 4 a la 7) publicadas originalmente y sin alterar, por “El Universal”,
ubicada fuera de orden al final del libro cuya clave es: 124707_1.pdf y con el
inicio de aquella publicada por la Editorial “Verdad”, con clave:
1080076218.PDF (para ambos nexos originales, ver el inicio de esta página), la
última además contiene un elogio original y genérico a la obra de Icazbalceta por el Dr. Jesús Guisa y Azevedo.
[2] Para regresar al tema principal: http://fdocc.ucoz.com/6/chema_arreola.htm , otra obra de Eduardo
Sánchez Camacho son sus “Ecos de la Quinta del Olvido”, escritos entre 1905 y
1906: http://fdocc.ucoz.com/6/eduardo_sanchez_camacho.htm